La lluvia golpeaba con insistencia la cerca de madera afuera de la casa, mientras que los amenazantes rayos rompían estruendosamente la tensa calma del final de la tarde.
Eran las 6:50. Los reportes meteorológicos llegaban desalentadores y nada parecía indicar que las cosas mejorarían en las siguientes horas. Una fuerte tormenta eléctrica se aproximaba desde el sur trayendo consigo fuertes vientos y la ineludible posibilidad de devastadores tornados.
Connie, se asomó temerosa a la ventana sosteniendo en sus brazos al pequeño Ben de pocos días de nacido y con recelo se percató de como las espesas nubes negras se movían con rapidez casi sobre el techo de su casa. Una vez más, miró en dirección a la calle con la esperanza de que el carro de su esposo apareciera bajo la lluvia.
Pero no era así. La vía se mostraba desolada, solo acompañada de la tenue e intermitente luz de un faro apostado a un lado de su casa. La joven mujer tenía el rostro impregnado de miedo y de desaliento. De su corazón salían sonoros latidos, vestigio de la ansiedad y la zozobra que ahora la invadían.
Con la mano temblorosa, marcó de nuevo el número de su esposo y esperó hasta que el último pitazo dio paso al contestador automático.
―Robert, mi amor, ¿dónde estás? Por favor ven pronto. Esto se está poniendo muy feo y creo que no podré manejarlo sola. Llámame. Te lo ruego. El pequeño Ben y yo te necesitamos.
Con amargura cerró la comunicación y pensó en lo que haría si su esposo no se comunicaba en los siguientes minutos. Con su mente repasó cuidadosamente el procedimiento recomendado acerca de lo que se debía hacer llegado el momento de enfrentar una tormenta eléctrica acompañada de tornados.
Con rapidez se dirigió a la recámara principal para aprovisionarse de lo que pudiese necesitar y decidió que utilizaría uno de los baños como lugar de refugio para resistir la tormenta. Mientras reunía algunas cosas y las colocaba sobre la cama, escuchó algo en la televisión que la dejó estupefacta.
El canal local, hacía mención de dos tornados que habían tocado tierra a pocos kilómetros de allí y según los cálculos de los especialistas, se dirigían a gran velocidad a la zona donde ella residía, con ráfagas de vientos que superaban los 240 kilómetros por hora.
Con el niño aun en los brazos, corrió hasta la parte posterior de la casa y a través de la ventana buscó en el horizonte donde todo era oscuridad. Quería comprobar con sus propios ojos la dirección y el tamaño de la tromba aunque ello le causaba terror.
Un fuerte trueno y el colapso de un enorme transformador a la distancia, iluminaron suficientemente la noche para dejar entrever el dantesco y descomunal tornado que iba destruyendo todo a su paso.
Por el breve instante que le permitió la refulgencia, dedujo que la tromba estaría a no más de diez kilómetros de su casa, lo que significaba que tenía apenas unos minutos para resguardarse con el pequeño Ben.
Corrió a la cocina y de uno de los cajones de la alacena extrajo una vieja linterna y la alojó con cierta dificultad dentro de la pretina de su pantalón. Luego sacó un par de mantas y las colocó bajo el brazo que tenía libre mientras con su mano asió algunos almohadones y los tiró junto con las mantas y la linterna sobre la tina del baño.
Luego ingresó a la cocina nuevamente y tomó unas botellas de agua. No quería perder un solo segundo de su tiempo. Se aseguró de tener el teléfono móvil con ella y se dirigió al baño no sin antes echar un último vistazo por la ventana del cuarto posterior. Los rayos seguían sucediéndose uno tras otro y cada resplandor permitía ver el espectro del torbellino que avanzaba en una marcha macabra y espeluznante. Sus vientos pronto envolverían el vecindario trayendo confusión, caos, destrucción y muerte.
Ingresó al baño con el chiquillo quien ahora lloraba desaforadamente. Cerró la puerta y corrió el seguro. Un segundo después se metió a la tina y se sentó sobre los abullonados almohadones, Se arropó con las mantas y marcó una vez más el número de teléfono de Robert.
El teléfono repiqueteo y como antes, no obtuvo respuesta alguna.
―Robert, no sé dónde estás ni porque no atiendes mis llamadas. Tengo miedo. Estamos en la tina del baño principal. Espero que donde quiera que estés te encuentres bien. Por favor llámame tan pronto como puedas. Te amo.
Pronto el viento comenzó a silbar enfurecido y el ruido de cosas estrellándose contra la casa comenzó a presentarse con inusitada frecuencia. En medio de su propio llanto, escuchó el sonido de los vidrios al romperse y más allá, el infernal estruendo que traía consigo el descomunal tornado.
El rugido de mil trenes pasando sobre su casa la dejó sin aliento. El estrépito del techo y de las paredes al ser arrancados de la estructura de la vivienda era enloquecedor. La fe estaba quebrantada. Ahora los segundos se hacían eternos y la angustia indescriptible.
De repente la más terrible de las pesadillas se hizo realidad. La puerta del baño comenzó a ser halada con fuerza por el viento y en cualquier momento sería inevitable el que fuera arrancada de su marco. Connie la miró con impotencia mientras gruesas lágrimas salían de sus ojos. Estaba aterrada. Quizá estaba viviendo ese momento, ese efímero instante, ese fugaz segundo, que separa la vida de la muerte.
Con resignación y convencida de que solo un milagro los pondría a salvo cerró los ojos, justo antes de que la puerta fuera removida con violencia.
Lo que vino a continuación llenó su corazón de esperanza. Lo que escuchó estimuló el sentimiento innato de la supervivencia. Había campo para la ilusión. Se abría una pequeña posibilidad de permanecer con vida a pesar de la contingencia de los hechos.
Fotografía portada:www.micancun.mx? Erik Ruiz