La joven cajera del Banco Central levantó la cabeza y a través del limpio cristal de sus lentes miró con sobresalto, al sujeto con pasamontañas que se paró imponente al frente de su cubículo. Le observó atemorizada por un par de segundos y en un movimiento casi imperceptible sacudió su cabeza negativamente, al tiempo que se aventuró a preguntar con una voz que casi se negó a salir de su garganta.
― ¿Qué fue lo que dijo?
―Me escuchó muy bien ―Repitió el hombre al tiempo que le apuntó intimidante con su pistola― salga de allí y no se le ocurra activar ninguna alarma. Si lo hace le juro que la mataré.
Stephanie se echó hacia atrás con torpeza por lo que estuvo a punto de perder el equilibrio. Luego dio ligeros saltos producto del nerviosismo y salió del área reservada para la parte administrativa de la entidad bancaria. Un segundo hombre, también con el rostro cubierto, se había encargado ya de subyugar a los pocos clientes que estaban en el banco y de someter al guardia de seguridad y a los restantes empleados de la sucursal.
Eran las 5:55 de la tarde. En pocos minutos deberían cerrarse las puertas del banco. Así mismo, el sol no tardaría en ocultarse y ese era precisamente el objetivo de los malhechores. Poder actuar amparados en las penumbras de la noche.
― ¿Quién sabe del acceso a la caja de seguridad? ―preguntó el segundo hombre de tez oscura, acercándose a la chica sin dejar de apuntar vigilante, en todas las direcciones.
― No la sé yo ―se apresuró a contestar Stephanie desatando la ira del energúmeno sujeto.
― ¿Acaso fue esa mi pregunta? ¿No es claro lo que estoy preguntando?
Stephanie miró a su alrededor hasta que sus ojos encontraron algunos de sus compañeros. Estaba aterrorizada. No sabía qué hacer, ni mucho menos qué decir.
― Voy a preguntarlo una vez más ―dijo el asaltante acercándose a la chica y tomándola bruscamente por el cabello― ¿Quién de los presentes puede abrir la maldita bóveda?
― No lo sé. Le juro que no lo sé ―contestó la muchacha en un chillido. Estaba realmente asustada como no lo estuvo antes. Pensaba en su hijo. En lo que pasaría con él si ella llegara a faltar. En esos momentos estaba con su madre y ese era un aliciente, pero en poco menos de media hora, aquellos empezarían a sentir su ausencia.
Richard, el de aspecto anglosajón, miró su reloj y ante el asentimiento de su cómplice se dirigió con rapidez a la puerta. Miró a lado y lado a las afueras del banco, comprobando que nadie se había percatado aun de lo que estaba sucediendo. Luego cerró la puerta y deslizó el seguro, mientras rogaba para que las cosas no se complicaran.
Había conocido a David, su compinche, en una reunión pocos días atrás. Supo que el sujeto había salido de prisión por un atraco cometido hacía varios años, en una ciudad cerca de allí. El hombre era de pocas palabras, sin embargo desde el comienzo le manifestó la intención de dar un golpe grande a un banco que ya tenía estudiado. Solo necesitaba alguien que le ayudara a ejecutar el plan.
Richard pasaba por el quizá, más difícil momento de su vida. Su madre padecía de una extraña enfermedad y llevaba más de un mes hospitalizada. Los médicos del centro hospitalario le manifestaron que era necesario hacer una gran cantidad de exámenes y análisis, para confirmar un diagnóstico final. El problema era el costo de los mismos.
En una carrera contra el tiempo, el hombre debería conseguir una importante suma de dinero, si deseaba que esos análisis se llevaran a cabo. Estaba desesperado y al no tener otro recurso buscó a David y le dijo que él quería hacer parte del asalto al banco.
Luego que estudiaron detalladamente el plan de David y de que acordaron que el botín se repartiría a partes iguales, prepararon todo y decidieron dar el golpe el día martes al final de la tarde, cuando en la sucursal bancaria había menos clientes. David se encargó de conseguir las pistolas y los pasamontañas y le indicó a Richard como hacer uso del arma en caso de tener que utilizarla, cosa que Richard no quería ni siquiera sopesar.
Ahora le preocupaba la conducta de David con la chica, pero entendía que se debía ejercer algo de presión para que el plan tuviera éxito a la mayor brevedad.
― Todo está bien ―Dijo Richard al regresar ante la mirada inquisitiva de su compañero.
David hizo que Stephanie se arrodillara y la dejó al cuidado de Richard mientras inspeccionaba cada una de las casillas de los cajeros. Para su sorpresa, logró reunir una gran cantidad de fajos de dinero. Había por lo menos ciento veinte mil dólares. Los colocó en una canasta y con cierta satisfacción se los enseño a Richard quien se mostró de inmediato entusiasmado.
Así las cosas, pensó Richard, no tendrían necesidad de abrir la bóveda principal. Pero para su infortunio David no pensaba igual que él.
― Eso será suficiente ―Dijo Richard viendo el brillo en los ojos de David― ya vámonos de aquí.
― ¡Eso ni pensarlo! Si todo este dinero estaba en las casillas, no puedo dejar de imaginar la monstruosa suma que estará en la bóveda. Tenemos que tomar ese dinero. No volveremos a tener una oportunidad como esta.
― Pero…
― Pero nada. Ya está dicho. ¿Estamos en esto juntos?
― Si, si claro…solo que…
― Solo que nada. Estamos acá por dinero y no nos iremos sin el que está en la bóveda.
Dicho esto, David tomó nuevamente a Stephanie por el cabello y la arrastró camino a la inmensa caja de seguridad del banco.
― Bueno muchachita, ahora veremos si en realidad quiere vivir. ¿Quiénes de los que están aquí saben cómo abrir la bóveda? No quiero un no sé por respuesta, pues ya se me acabó la paciencia.
― Señor, Hágale caso a su amigo. Ya tomen ese dinero y váyanse de aquí ―rogó Stephanie con el llanto en su rostro, tratando de que el sujeto escuchara su súplica.
David lanzó una mirada de desprecio a la chica. Luego miró por encima de su hombro a los funcionarios y clientes del banco que permanecían postrados en el piso.
― El oficial de seguridad. Que venga. ―Ordenó secamente David.
Richard sin entender el propósito de su colega, llevó consigo al viejo agente y lo dejó con las manos en la cabeza a escasos metros de David y Stephanie.
Mientras regresaba con el grupo de rehenes a su cargo, Richard escuchó un fuerte disparo seguidos por los gritos de histeria de la joven cajera. Al volverse vio como el guardia caía al piso tomándose el estómago. Los retenidos por su parte estaban tan atemorizados que prefirieron guardar silencio por las retaliaciones que pudiera tomar el grupo criminal.
― ¿Ahora muchachita me dirá quien tiene acceso a la bóveda? ―Le escucho decir a David.
No podía creerlo. ¿Cómo era posible que David le hubiera disparado al guardia? Eso no era parte del plan. Nadie debería salir herido. Eso lo habían convenido.
Richard se acercó a David visiblemente contrariado. Este por su parte colocó la pistola en la sien de la chica y acercó su cara hasta prácticamente tocar la de ella.
― ¿Quién es la persona a la que estoy buscando? ―dijo David recalcando en cada palabra.
― Basta ya David. Esto ha ido demasiado lejos ―le increpó Richard airadamente.
― Muchacho estúpido. No debíamos pronunciar nuestros nombres. Ahora la cajerita deberá morir pues ya sabe cómo me llamo.
― Deténgase. No lo haga. ―Rogó Richard angustiado.
― ¿Y qué hará para impedirlo? ―le retó David aun con la pistola en la sien de Stephanie.
Richard levantó resueltamente su pistola y apuntó en dirección a la cabeza de David, quien no podía creer lo que estaba sucediendo.
― Déjela ir y vámonos. Ya tenemos el dinero. No me obligue a dispararle.
Los segundos de tensión se intensificaron cuando alguien cortó repentinamente el suministro eléctrico. La oscuridad reinó por completo. Un segundo disparo sonó entonces. El impacto fue ensordecedor. Todo quedó en silencio. Se podía escuchar con claridad la respiración de todos en el recinto.
― ¡Que alguien encienda la luz! ―se escuchó una voz femenina gritar.
Un segundo después el servicio eléctrico fue restablecido, solo para comprobar la dantesca escena que ahora saturaba con sangre la escena en el amplio salón del Banco Central.