EL SEPULCRO DE CERVANTES

De seguro los españoles, con sus colonizaciones a través del mundo, nunca se imaginaron que nuestro idioma llegaría a ser el segundo en importancia del orbe y el tercero más hablado, con más de 400 millones de personas en el planeta. Sin duda, el artífice y maestro que catapultó el idioma español a ese lugar de privilegio que hoy ocupa, fue aquel a quien en la actualidad conocemos como el padre de la lengua española: el escritor Miguel de Cervantes Saavedra.

El novelista español logró con su obra cumbre, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, contribuir al reconocimiento mundial de su idioma natal, a tal punto que muchos le dan un puesto de honor, al denominado ‘Príncipe de los Ingenios Españoles’, a la par de los grandes de la literatura como Shakespeare y Homero. Es por ello que, en el aniversario de la muerte del también conocido como “El Manco de Lepanto”, en todos los países de habla hispana el 23 de abril de cada año se celebra el ‘Día del Idioma’.

Ochenta y un años después de su muerte -ocurrida hace exactamente cuatro siglos atrás-, los restos del más universal de los literatos de habla hispana fueron enterrados, según su voluntad, en el suelo de la cripta de la Iglesia del Convento de las Trinitarias Descalzas. Pero, ¿qué hizo que Cervantes escogiera este lugar para que sus restos óseos descansaran allí? El escritor originario de Alcalá de Henares fue varias veces puesto en prisión  durante sus sesenta y ocho años. En uno de sus encarcelamientos, ordenado por error por el comandante de una flota turca quien lo tomó por un hombre de familia adinerada, se vio privado de la libertad junto a su hermano, hasta tanto no se hiciera el pago de quinientos ducados que los secuestradores exigían por su libertad.

Fueron cinco años de duro cautiverio, durante los cuales el excelso literato, aparte de escribir algunos de sus ensayos, intentó infructuosamente escapar en cuatro oportunidades. Finalmente, fue auxiliado por fray Juan Gil, padre de la orden religiosa de los trinitarios, quien se compadeció de él y no descansó hasta reunir el dinero para pagar el rescate. El buen hombre, quien contaba solo con trescientos escudos, se dio a la tarea de recaudar lo que faltaba entre los mercaderes cristianos en Argel.  Luego de varios días completó el monto exigido por los turcos.

Miguel de Cervantes pidió ser enterrado en la iglesia del convento de las trinitarias descalzas, pues quería que su cuerpo descansara cerca de aquellos quienes se preocuparon por él y su hermano, y no descansaron hasta lograr su liberación. Dadas las modificaciones y remodelaciones que tuvo el convento con el paso de los años, los restos del escritor fueron reubicados en varias oportunidades; debido a ello, la localización exacta de los despojos del novelista, que muriera en Madrid víctima de la diabetes, fue un enigma para todos por casi cuatro centurias, y solo fue hasta el 17 de marzo del año inmediatamente anterior, luego de más de doce meses de ardua búsqueda, que un forense y el director de grupo de la investigación, confirmaron el hallazgo más importante para el mundo hispano de las letras.

El monumento erigido ante la tumba de Cervantes consiste en una enorme piedra de mármol de 1,6 metros de altura por 1,2 de ancho, sobre una base tallada de granito. En la placa está inscrita la siguiente leyenda: “Yace aquí Miguel de Cervantes Saavedra 1547-1616”.  Un tanto más abajo, se puede leer: “El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”. Luego: “Los trabajos de Persiles y Segismunda (1616)”. El nombre de la Real Academia Española cierra, en forma de rúbrica, al final de la placa, el fastuoso y poético texto Cervantino. Al parecer, alguien encargado de la logística de adecuar y formalizar el nuevo sitio para la tumba del insigne personaje, tuvo un lapsus calami al escribir Segismunda en lugar del original nombre Sigismunda, asignado por el escritor.

Para la Real Academia Española el error cobra relevante importancia toda vez que éste fue asentado en la tumba del ‘Padre de la lengua hispana’; con malos ojos vería el recalcitrante error, don Miguel de Cervantes, si al levantar su cabeza se encontrara con el plagio en el nombre de la que él consideró la más grande de sus obras. Vale la pena anotar que el error es reparable, siempre y cuando la placa empotrada ahora sobre la tumba sea reemplazada en su totalidad. Pero este traspié no ha sido óbice para que miles de personas lleguen a diario a la Iglesia del Convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, en la calle Lope de Vega del barrio de las Letras en Madrid, donde el escritor pasó los mejores años de su prolífica vida, y se detengan unos minutos para rendir un póstumo homenaje a Cervantes ante su nuevo sepulcro.

Con errores o sin ellos, siempre será necesario el sensato reconocimiento al padre de las letras españolas. Sin duda, Miguel de Cervantes Saavedra  fue, es y será el punto de referencia obligado y de consulta a nivel literario. Se puede decir con seguridad que Cervantes representa para el idioma español, lo mismo que Gabriel García Márquez simboliza para la literatura colombiana, o que Mario Vargas Llosa para la peruana; diferentes géneros, fluida narrativa y brillante imaginación.

Imperdonable sería cerrar este artículo sin dejar flotando en el ambiente el mágico pensamiento Cervantino, escrito con nostalgia en las postrimerías de su muerte. “Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies de V. E., que podría ser fuese tanto el contento de ver a V. E. bueno en España, que me volviese a dar la vida; pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos y, por lo menos, sepa V. E. este mi deseo y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle, que quiso pasar aún más allá de la muerte mostrando su intención. Con todo esto, como en profecía, me alegro de la llegada de V. E.; regocíjome de verle señalar con el dedo y realégrome de que salieron verdaderas mis esperanzas dilatadas en la fama de las bondades de V. E. Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de las Semanas del Jardín y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mía (que ya no sería sino milagro), me diese el cielo vida, las verá, y con ellas el fin de la Galatea, de quien sé está aficionado V. E., y con estas obras continuado mi deseo; guarde Dios a V. E., como puede. Miguel de Cervantes.”11