Ha sido una velada inolvidable. Creo que pasé por alto que deberé conducir de regreso y bebí más de lo esperado. Tenía el propósito de beber solo un par de copas, pero la efervescencia del momento obnubiló mi intención y terminé bastante achispado, claro, mucho menos que Patricia.
Dejamos el bar cerca de la medianoche. Nos despedimos efusivamente de todos y cada quien toma camino por su lado. Me siento un poco embriagado pero no tanto como para no poder conducir. Lo haré con cuidado, sé que como siempre, tengo el control de la situación.
Tomo una de las principales autopistas y pronto me veo transitando a gran velocidad en armonía con el flujo vehicular. Patricia quien si se encuentra ebria, eleva al máximo el sonido de la música y convierte el reducido espacio del auto en una caja melodiosa y ambulante.
A cada nueva canción ella eleva sus tonadas delirante, mientras sacude una y otra vez su descompuesto pelo. Yo me embeleso viendo sus frenéticos movimientos y sin darme cuenta hundo mi pie cada vez más en el acelerador.
Pronto alcanzo una gran velocidad. Olvido que mis sentidos están influenciados por el tóxico y funesto efecto del alcohol y me doy a la tarea de rebasar cuanto carro tengo por delante. Así sobrepaso varios vehículos mientras escucho los hilarantes gritos de aprobación de mi novia.
De repente, un mal cálculo hace que mi parachoques roce violentamente uno de los carros que intentaba sobrepasar, haciendo que este dibuje un trompo y salga disparado a su derecha. Yo trato en vano de mantener el control de mi vehículo pero el volante al parecer no obedece mis indicaciones. He golpeado dos vehículos más, todo se ha convertido en un verdadero caos.
En fracciones de segundos veo que mi auto vuela por los aires para luego estrellarse estrepitosamente contra el piso. Por un momento todo queda en calma. Luego el rechinar de llantas en el asfalto y la colisión de varios carros llena mis oídos en tanto el olor a gasolina comienza a saturar el ambiente.
Todo está oscuro. No logro ver a Patricia. Siento un agudo dolor en una de mis piernas.
― Patricia, mi amor, ¿estás bien?
Ella no responde. El pánico comienza a invadirme. ¿Por Dios que es lo que he hecho? Giro mi cabeza en lo que me lo permite mi posición, el carro está volcado sobre su techo y mi cabeza descansa ahora sobre él. Luego de un esfuerzo casi sobrehumano logro por fin ver a mi amada. No se mueve. Creo que solo está inconsciente.
Con preocupación compruebo que Patricia no llevaba puesto su cinturón de seguridad. Quizá se liberó de él mientras cantaba alegremente. No entiendo cómo fue que terminó en el asiento posterior. Trato de moverme pero siento un fuerte mareo. Mis párpados se tornan pesados, los ojos se niegan a mantenerse abiertos. Hago un gran esfuerzo por no dormirme, sin embargo se cierran por completo y pierdo momentáneamente el sentido.
El ruido de sirenas aproximarse me despierta. Algunos conductores de otros carros rodean mi vehículo. Me hacen preguntas pero no logro entenderles. Viró en dirección a patricia y compruebo que está en la misma posición. Unos segundos más tarde vuelvo a caer en ese pesado sopor y pierdo la consciencia.
No sé cuánto tiempo ha pasado. Algunos paramédicos alumbran mis pupilas con una pequeña linterna al tiempo que diligentes toman mis signos vitales. Estoy fuera de mi auto. Me hallo tendido en el piso.
― Patricia, ¿en dónde está Patricia? ―le pregunto a uno de los paramédicos.
El hombre me mira a los ojos y pretende que no entiende lo que digo. Luego se acerca a otro hombre de cabello blanco quien parece es su jefe y le dice mientras señala en mi dirección.
El hombre de pelo cano se acerca a mí y se hinca colocando una de sus rodillas en el piso.
― Señor, ¿me puede decir por favor donde está Patricia?
― ¿Quién es Patricia? ―riposta el hombre en tanto observa la herida de mi pierna.
Levanto mi mano temblorosa y señalo mi automóvil.
― Venía conmigo en el auto.
El hombre me mira con cierta compasión. Sus ojos azules son penetrantes. Su respiración es muy pausada.
― ¿Su amiga?
― Mi novia. La madre de mi hijo.
El hombre ajusta un poco su chaqueta, carraspea para aclarar su garganta y colocando su mano sobre mi hombro me dice:
― Amigo, debo decirle algo con respecto a su novia.
Un cuchillo abre mis entrañas. Ahora ya no quiero escuchar lo que tiene que decirme. Estoy convencido de que no estoy preparado para esto. Un par de lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas. Me temo lo peor. No quiero ni pensar que esta noche que era toda felicidad se pueda convertir en la peor de mis pesadillas.
Respiro hondamente en tanto pienso que quizá me estoy precipitando. Paso mi mano con preocupación alisándome el cabello al recordar las palabras de Patricia mientras estábamos en el bar.
― Oye, tengo algo importante que decirte. Lo sabrás cuando estemos de regreso en el apartamento.
¿A qué se refería?, ¿Qué era eso tan importante que yo debía saber?
El hombre a mi lado oprime suavemente mi hombro inquisitivamente. Sé que deberé escucharlo. Haciendo acopio de todas mis fuerzas, tomo una gran bocanada de aire y cerrando mi puño sobre la mano del paramédico jefe le digo.
–Esta bien. ¿Qué tiene que decirme?