Description

En su nueva novela, El misterio de la Clarisa, Marco T. Robayo vuelve acudir a la historia para ofrecernos un relato donde el velo de lo enigmático se extiende a lo largo de tres siglos sobre una reliquia artística que es tanto un símbolo espiritual de adoración religiosa como un objeto material donde se concentran incrustadas en oro macizo centenares de piedras preciosas de exorbitante valor económico, suscitando la codicia inescrupulosa de personas que no logran ver en ella más que un tesoro del cual hay que apropiarse a toda costa.

La reliquia es real y está por cumplir sus 300 años: es la custodia conocida como la «Clarisa», hoy parte del patrimonio artístico del Banco de la República. Como lo cuenta el documentado relato de Robayo, fue elaborada por el orfebre Nicolás de Burgos entre los años 1734 y 1737, por encargo de la comunidad de hermanas del Monasterio de Santa Clara de Tunja, a partir de la iniciativa de sor Francisca Josefa del Castillo, integrante memorable de este convento por haber sido su abadesa, y además por ser la máxima representante de la poesía mística de lo que entonces era el Virreinato de la Nueva Granada. En sueños, según nos informa la narración, sor Francisca había recibido de la Santa Patrona del convento el mandato de dotarlo con este valioso objeto para la adoración de los fieles. 

Transcurren los años, cambian las circunstancias, muere sor Francisca, mientras la reliquia perdura en el seno de la comunidad clarisa de Tunja y su fama como pieza excelsa y única se extiende. En dos y medio siglos de los casi tres que abarca el relato, la joya pasa por variados riesgos y vicisitudes, de los cuales logra salir misteriosamente indemne, sobreviviendo en sitios como la miserable choza de un piadoso campesino boyacense o en el interior de un grueso muro del Convento de las clarisas cuando la edificación les fue expropiada por los gobiernos radicales de mediados del siglos xix y convertida en hospital. El espíritu de sor Francisca, quien llega a ser visto junto a la custodia –entre otros por el general Simón Bolívar, quien pasa por el convento la víspera de la batalla de Boyacá–, parece protegerlo, hasta cuando más de cien años después, en los años setenta del siglo xx, bajo la presión de las necesidades económicas, las hermanas clarisas deciden vender el exquisito ornamento.