El ruido de pasos en la casa y muy cerca de su habitación, hizo que Henry saliera del letargo de su sueño. Eran las 3:33 de la mañana. Inquieto lanzó su mirada bajo la hendedura que se formaba entre la puerta y el piso de su cuarto. Una tenue luz en el pasillo, le ayudó a determinar que todo estaba en orden al otro lado de la puerta. Quizá todo era parte de su sueño.
Henry, quien recientemente había cumplido diecinueve años, vivía sólo con su madre, en una modesta casa en los suburbios de Miami, al sur de la Florida. Su padre, los abandonó cuando el apenas era un niño y desde entonces eran muy pocas las ocasiones en la que lo veía.
El muchacho cerró los ojos pensando que debía levantarse en pocas horas. Unos segundos más tarde, estaba completamente dormido.
Sobre las siete de la mañana, Henry se levantó y con pereza caminó adormilado hasta su baño. Su rostro se veía demacrado. Profundas ojeras se dibujaban en su cara, como si llevara varios días sin dormir. En verdad se sentía cansado, pero no entendía cual podía ser la razón.
Luego de una larga ducha, se desayunó en compañía de su madre y salió con rumbo a la universidad, donde adelantaba estudios de ciencias sociales. En el trayecto al centro educativo, recordó el ruido que escuchó mientras dormía. Aunque era vago el recuerdo, podía jurar que escuchó a alguien arrastrando los pasos cerca de su habitación. Pensó que, de no haber sido su sueño, era probable que fuera su madre quien rondara por allí a esa hora. Se lo preguntaría al regresar.
Durante la cena le hizo la pregunta, pero ella negó haberse levantado en toda la noche. Estaba claro, había sido entonces un mal sueño.
Como de costumbre se metió a la cama sobre las diez de la noche y pronto se vio sumergido en un profundo sopor. Nuevamente, sobre las tres de la mañana, se despertó al sentir que alguien se acercaba a su cuarto. Esta vez se sentó en la cama, dispuesto a desentrañar el misterio.
Se levantó con cautela y se acercó hasta la puerta de su cuarto. Pegó el oído a la fría madera y cerró los ojos procurando escuchar el más mínimo sonido. Todo estaba en silencio. Decidido abrió la puerta de sopetón y miró a lado y lado del pasillo.
No había nadie. El silencio reinaba en el recinto.
Caminó en medio de la oscuridad por toda la casa y comprobó que todo estaba en orden. Quizá su mente le estaba jugando una mala pasada. Regresó a su cama y pronto se profundizó en sus sueños.
Dos semanas después y al ver que la situación se repetía cada noche, decidió aceptar el consejo de su madre y visitó una prestigiosa psicóloga en la ciudad. Allí le comentó acerca de la extraña situación y de cómo aquello estaba afectando el normal desarrollo de su vida.
La profesional, le recomendó tomar una sesión con una hipnoterapeuta, quien le atendió y de inmediato lo sumergió en un trance hipnótico.
El muchacho fue transportado al minuto previo en que fuera despertado la noche anterior por los ruidos.
Ahora pudo escuchar los pasos con toda claridad. Eran los pasos de por lo menos dos personas, que caminaban en dirección a su cuarto y se detenían muy cerca de la puerta.
Luego, Henry revivió todos los instantes en que caminó por la casa sin encontrar algo extraño. La hipnoterapeuta entonces, le hizo que fuera al momento en que había vuelto a dormirse. Debían encontrar el origen del problema y ese era un buen punto de referencia.
Una serie de imágenes comenzaron a inundar la mente del muchacho. Eran como fugaces fragmentos de una película, que llegaban en destellos y de igual manera desaparecían.
Rostros difusos de personas y objetos que nunca antes había visto llenaban su retina. Por momentos experimentaba la sensación de encontrarse en una sala de cirugía, en donde él se veía así mismo como una rata de laboratorio.
Extraños instrumentos iban y venían, mientras él trataba en vano de recobrar todos sus sentidos. Una poderosa luz llenaba el recinto por completo, en tanto una agradable temperatura se sentía en el ambiente.
Luego, las imágenes le llevaban nuevamente a su habitación, donde su cuerpo descansaba hasta el amanecer. Repitieron la regresión y visitaron varias noches anteriores. En todas, el patrón fue el mismo. Henry, una vez consciente, le preguntó a la hipnoterapeuta acerca de su caso.
La mujer, realmente confundida no supo que responder. Le recomendó que la visitara nuevamente en la siguiente semana, para evaluar si algo cambiaba.
El muchacho regresó a su casa visiblemente perturbado y solo le dejó saber algunas cosas a su madre. No quería que la pobre mujer tuviera en él, una más de sus preocupaciones.
Tuvo el resto de la tarde para pensar en los sucesos. Estaba claro que debía hacer algo, pero no sabía qué. Al llegar la noche, decidió que elaboraría un plan. Enfrentaría sus temores o lo que quiera que lo estuviera acechando.
Así las cosas, se dispondrá a dormir la primera parte de la noche. Su reloj lo despertará hacia las dos de la mañana, momento en que esperará sigilosamente aparentando dormir profundamente. Debajo de su almohada, tendrá cerca de su mano, una botella de gas pimienta y entre las sábanas un viejo bate de béisbol de madera que lo acompaña desde la preparatoria.
Al escuchar los pasos se levantará como es costumbre y revisará la casa, luego regresará a la cama, pretendiendo que está tranquilo al no haber encontrado nada. Luego, si alguien entra a su habitación, entrará en acción, aplicando el gas sobre los ojos del intruso y con el bate intentará agredir a quien quiera que esté allí.
Hacia las diez de la noche se acuesta, con la mirada puesta en la cerradura de su habitación. A las dos de la mañana, el reloj despertador lo saca bruscamente de su sueño. Disciplinadamente sigue su plan, hasta que llegan las 3:30 de la mañana. Luego regresa a su cama y simula dormirse profundamente.
Los minutos pasan lentamente. Henry siente un martillar en sus sienes lo que le produce un ligero dolor de cabeza. Un sudor frio recorre ahora su espalda. Ya han pasado 10 minutos y nada sucede.
Los primeros rayos del sol se filtran a través de la ventana de su cuarto, cuando decide levantarse y darse un baño para salir a estudiar. Es insólito. Estuvo esperando por varias horas y nada aconteció.
Las dos siguientes noches fue lo mismo. Resuelto a abandonar todo su esfuerzo, decide probar una última vez. Si nada sucede durante la noche, dejará todo este asunto a un lado y no volverá siquiera a mencionarlo.
Sobre las tres y media de la mañana, regresa a su cama como siempre y aparenta estar durmiendo. Pero esta vez todo es diferente.
Los pasos que escuchara días atrás se oyen cerca de su cuarto. Con temor por las pisadas, pero satisfecho al comprobar que no lo había inventado, aprieta en una de sus manos el potente aerosol y en la otra el bate de madera.
Poco a poco los pasos se acercan hasta que se clavan al frente de la puerta de su cuarto. Henry, suda copiosamente. Los latidos de su corazón parecieran escucharse en todo el recinto. De repente, la perilla de la cerradura comienza a girar lentamente. Gruesas perlas de sudor surcan ahora la frente de Henry, quien no puede evitar temblar bajo las sábanas. Esta casi paralizado de terror.
Un clic se escucha, cuando el picaporte llega a su final. La puerta cede al sentirse liberada. Henry reza en silencio sin poder quitar los ojos de la puerta. Esta comienza a abrirse lentamente y dos figuras aparecen emergiendo del pasillo.
El muchacho no puede creer lo que sus ojos ven. Deslumbrado se levanta de su cama, abandonando allí, el gas y el bate. Los ojos fijos y enrojecidos. Lento el caminar y acelerado el pulso, se encamina en dirección a la puerta.